Superioridad moral
En mi casa, se duermen ocho horas, pero repartidas entre dos. El problema es que no podemos hacer un reparto equitativo. El gordo (en el que me estoy convirtiendo por culpa de la ansiedad que generan mis vástagos) no suele caer repartido: uno duerme cinco horas y el otro tres. Cada día, el perdedor del descanso suele ostentar la superioridad moral ante el otro, que no puede más que agachar la cabeza y soportar que se le interpele a menudo con frases que empiezan con coletillas del tipo: «encima de que…».
Esto me hace entender cada vez más la crítica que hacen mis amigos más fascis conservadores cuando se refieren a la «superioridad moral de la izquierda». Suelo decirles que no tengo la culpa de que la ideología en la que creo defienda los derechos de los más vulnerables y luche por un mundo donde no haya alguien que no tiene para comer mientras otro no sabe dónde aparcar su decimosexto deportivo.
En muchos casos, la superioridad moral tiene que ver con conocer el camino correcto pero negarse a recorrerlo. Todos construimos nuestra identidad tratando de ser los «buenos». En otros casos, creo que tiene que ver con la necesidad de señalar los obstáculos que dificultan nuestras vidas y que creemos que hacen que nuestros proyectos vitales deban ser más valorados que otros similares.
De hecho, creo que una parte del mundo se puede medir en términos de superioridades morales: la de quien tiene un bebé que duerme frente a quien tiene uno que no, la de quien trabaja y estudia frente a quien solo estudia, la de los veganos, la de los que se beben el café solo y sin azúcar… pero hay una superioridad moral que me molesta por encima de todas: la de los autónomos, especialmente la de los padres autónomos.
Hace unos días, hablaba con un padre en la guarde sobre cómo están siendo estos primeros meses como familia numerosa. Me respondió con la clásica sonrisa orgullosa de los estoicos discípulos de Nadal, que consideran que el único motivo de la existencia es trabajar y trabajar, acumulando cada vez más y más, obviando cualquier otra faceta de la vida: «No te puedes quejar, que yo soy autónomo, y a los tres días de tener al mío ya estaba trabajando».