Somos lo que podemos
Últimamente, cada vez que voy al parque, me siento un poco bicho raro. Muchos padres se quedan fuera mientras observan a sus hijos jugar. Esto fomenta que socialicen y se relacionen con otros niños, algo que, sin duda, es positivo. A veces intento hacer lo mismo, pero no soy capaz. Nico siempre me pide que juegue, y me encanta hacer el tonto con él. De hecho, ahora mismo no hay nada que disfrute más. Espero que no sea tan malo.
A veces pienso que la gente que trabaja hasta tarde y llega a casa con el tiempo justo para cenar, contar un cuento a los niños y dormirlos, es más feliz que aquellos que tienen la suerte de poder pasar las tardes con ellos, inventando y jugando para llenar el día. Una vez que encajas las rutinas, y siempre que tu trabajo te motive un poco —y no trabajes en una mina—, tener menos tiempo puede hacer la vida más sencilla. O puede que no.
¿Y para los niños? ¿Es mejor o peor? Tampoco lo sé. A menudo tenemos la falsa percepción de que podemos elegir cómo ser. Mi madre decía que las personas actuamos como nos sale y que hacerlo de otra forma supone un esfuerzo mucho mayor del que creemos. Creo que tenía razón: somos lo que podemos.
Recuerdo que pasaba las tardes con nosotros, ayudándonos con las tareas, llevándonos de un sitio a otro, preparándonos nuestro Cola Cao con galletas. Hoy en día, dar galletas a tus hijos para merendar es motivo de cárcel. Lo malo es que noto cada vez más borrosos esos recuerdos, y eso me horroriza. No quiero olvidar.