Sentimiento de culpa como motor de la historia
El sentimiento de culpa y la ansiedad que acarrea componen la principal causa de infelicidad en mi vida. Sin embargo, lo que hago con mi hijo al tratar de hacerle entender que debe hacer el bien y no debe hacer el mal es, a fin de cuentas, una manera bienintencionada de inculcarle ese instinto que tanto sufrimiento me causa.
Ese sentimiento de culpa te lleva a pensamientos cíclicos, a una autoexigencia insana, que reevalúa cada una de tus acciones, haciéndote sentir una vergüenza inaguantable por pequeñas cosas nimias que sabes, racionalmente, que no tienen ningún valor. Sabes que son cosas a las que nadie ha prestado ni prestará atención, que no han hecho daño a nadie y que, aunque lo hubieran hecho, no podrías hacer nada al respecto.
Pero, aun así, no puedes respirar. Estás tan pendiente de no poder respirar que se te vuelve a escapar algo, y empiezas a sentir ese sentimiento de culpa de nuevo. Entras en un círculo vicioso que genera un clima irrespirable, en el que las fronteras de la cordura comienzan a ser difusas.
¿Cómo puedo estar inoculando este veneno en Niquillo, sabiendo cuánto mal hace? ¿Existe otra opción? ¿Cómo le enseño a compartir sin mostrarle que está actuando mal cuando no lo hace? Pero, claro, al mostrarle qué es actuar bien, también le estoy mostrando qué es actuar mal, y de alguna forma lo estoy presionando para que sea bueno.
Eso es, a fin de cuentas, fomentar que se sienta mal cuando concibe que no ha actuado de forma adecuada. Y eso es el principio básico para convertirlo en un ser funcional, apto para vivir en sociedad. Pero también es iniciarlo en ese camino que convierte la vida en una lucha incesante cuyo único objetivo es no odiarte tanto a ti mismo.