Segundo cerdito


Salgo con el niño un jueves a las 19:00 y me encuentro con tres señores de cincuenta y pico largos saliendo de la discoteca y vociferando historias sobre follar. Uno hablaba de lo difícil que le resultó desabrochar la faja de una mujer unos días antes y otro presumía de que su última conquista tenía la regla (de modo que aún no le había llegado la menopausia) y hablaba de cómo disfrutó de aquella circunstancia. Todo el mundo tiene derecho a vivir la vida de la manera que mejor considere. No obstante, hay ciertos comportamientos que tenemos asociados a la juventud y a la inocencia; así que observar a gente mayor comportándose de esa forma nos recuerda la futilidad de la vida.

De modo que lo triste no son los divorciados pendencieros disfrutones, lo triste es envejecer, lo triste es dejar de jugar al fútbol y pasar al paddle, lo triste son las guerras si no es amor la empresa, lo triste es sentir lejano el momento en el que pasé del ron al gintonic, lo triste son las armas que no son las palabras… en fín, que cuando llegué al parque me encontré a un niño, que no tenía ni tres años, con una ametralladora de juguete ¿en qué piensa la gente que regala eso a sus hijos? Cuando llevaba un rato en el parque entendí por el contexto que los padres eran militares.

El segundo acto de esta historia llegó cuando volví a encontrarme a «la familia soldado» unos días más tarde. En ese momento, mi hijo estaba jugando con tizas y había pasado de pintar el suelo a pintar en las paredes de una de las casitas del parque. Los «hijos soldado» también cogieron tizas y se pusieron a pintar. En ese momento, llegó el «padre soldado» y dijo que sus hijos no iban a ser unos «grafiteros», que se pusieran en modo «comando limpieza» y limpiaran la casita. Mientras limpiaban la casita con una toallita, mi hijo seguía pintando y cuando preguntaron por qué no limpiaba, respondí que en nuestra familia éramos más de «insurrección» que de «comandos».

Nunca he sido muy fan de las banderas pero, al igual que me sucede con la religión, cada vez entiendo (que no comparto) más su atractivo y el motivo por el cuál hay personas que colocan esta clase de creencias en lo más alto de su escala identitaria y hacen de ellas su causa. Por eso me indigna lo que ha sucedido en los últimos días con Ramos y el Madrid. Esa institución deleznable hizo un feo a una de sus leyendas en su regreso al Bernabeu pero, lo que me da pena, es que los aficionados del madrid secundan la actuación del club e insultan al jugador.

Una de las sensaciones que más desazón me produce es aquella en la que alguien que ha dedicado su vida, su amor y su cariño a una persona o a una causa, se de cuenta al final de sus días de que nunca ha sido correspondido y que jamás mereció la pena. Creo que por eso me entristece «Bohemian Rhapsody» (Mama, life had just begun, but now I've gone and thrown it all away). Me provocan mucha tristeza esas situaciones en las que alguien se da cuenta de que sólo se vive una vez y aún así ha vivido mal. En este caso da pena que alguien como Ramos escogiera a la más guapa y a la menos buena, y que ya no haya forma de cambiar eso.

Por eso creo que no hay que hacer de la vida una causa, no hay que tomarse la vida muy en serio y hay que hacer todo lo posible por no darnos a nosotros mismos demasiada importancia. Hace unos días fue san valentín y, por primera vez, le regalé a yolanda una rosa de supermercado (suelo comprarlas en la floristería). Pero, le encantó porque, en su opinión, es un gesto que nos define. Ni somos tan cínicos como para obviar san valentín, ni unos cursis redomados que le dan demasiada importancia, somos de rosa de supermercado. También esta semana escuché a alguien jactándose de ser meticuloso y diciendo de si mismo «soy el tercer cerdito», el que hizo la casa de ladrillo. Pues yo me jacto de ser el segundo cerdito, no quiero construir la casa ni de paja, ni de ladrillo, la madera me va bien.