Rumiando el penalti


El penalti de Julián ha cambiado mi forma de ver la vida. Lo sigo rumiando. La norma de que no puedes tocar la pelota dos veces está ahí. Nunca se aplica, pero existe. Pero claro, una norma que se aplica de forma discrecional deja de ser una norma y se convierte en un arma.

Siguiendo el reglamento de manera estricta, se deberían pitar siete penaltis en cada córner. ¿Se hace? No, porque el fútbol perdería el sentido. De hecho, por eso pienso que el VAR hace que el fútbol sea más injusto. A cámara lenta pueden dictaminar lo que quieran y encontrar argumentos jurídicos para justificar cualquier decisión.

Soy consciente de que cualquier sistema basado en reglas es imperfecto; Gödel lo demostró en 1931. Sin embargo, siempre había considerado que cuantas más reglas, mejor. Creía que una parte fundamental de las normas es evitar el sentimiento de impunidad cuando se realizan acciones que rozan los límites.

El límite de ciento veinte kilómetros por hora marca una línea; su principal utilidad es la de hacer sentir mal a quien circula a más de ciento cuarenta. Estoy seguro de que el motivo de ese límite en concreto es que dan por hecho que la gente se lo saltará un poquito.

Pienso en un local que tiene reservado el derecho de admisión. Si no deja entrar a los negros, está cometiendo un delito. Imaginad que se ampara en decir que no les deja entrar porque no llevan zapatos. ¿Sería un argumento válido? Pues si la mayoría de blancos han entrado en zapatillas, no. Entonces no es una norma: es un arma.

Rumiando el penalti
Rumiando el penalti