Que no me coman las ciegas
Ayer jugó el Almería un partidazo contra el Sevilla y me lo perdí ¡maldito covid! hemos jugado dos partidos contra dos de los cuatro primeros y sólo he visto media parte. También me he perdido las comidas de feria y cualquier evento que pudiera suponer una vaga ruptura con esa feliz, pero rutinaria, monotonía de salir con el bebé a desayunar para posteriormente quedarme cuidándolo el resto del día.
No obstante, hace tres días estábamos en urgencias henchidos de una preocupación, al parecer infundada, pero propia de ese colectivo denominado «padres primerizos» del que hemos pasado recientemente a formar parte. La tristeza de ver al bebé nervioso por la terrorífica sorpresa que le provocan unas sensaciones desagradables que aún no ha experimentado en su cortita vida de bebé precioso y diminuto, deja en un segundo plano cualquier ansia de ruptura con la rutina.
Hace poco comentaba con mis amigos, aunque lo saco a colación en, prácticamente, cada una de las conversaciones que tengo últimamente, que soy feliz (¡qué asco meto!). Tengo todo lo que quiero, la mejor novia del mundo, el bebé más precioso, una familia fantástica, una perrita que es el amor de mi vida, unos amigos que no merezco, un trabajo que me encanta y continuo emocionado con las expectativas que tengo sobre los tiempos que han de venir.
Sin embargo, cada día es una vorágine de obligaciones y listas inacabables de tareas improrrogables que te van dejando exhausto y deseando que llegue la noche desde el momento en el que empieza el día. De hecho hace poco, mientras conseguía tomar ese primer café de la mañana con la tranquilidad propia del madrugador asiduo (el madrugador eventual despierta con excitación ante la novedad), mientras todos dormían y yo estaba en paz, empecé a notar la inquietud de quien se prepara para la guerra, me sentía como el coronel que divisa el campo de batalla antes de que se produzca el primer disparo.
Un amigo me dijo hace poco que esa rutina unida a un momento vital en el que me encuentro satisfecho es lo que crea mi sensación de felicidad, que una condición necesaria para la felicidad es no pensar demasiado en ella. Puede que la felicidad sea una mezcla entre sentimiento de autorrealización y una rutina frenética que no te amargue, pero que tampoco te deje pensar demasiado.