Las puertas del infierno
Hace poco leí que Camus consideraba que Sísifo debía ser feliz porque su vida tenía sentido (*). Considero que es posible que exista cierta veracidad en esa reflexión pero partiendo de una premisa de desconocimiento de la imposibilidad de la consecución del objetivo. Es decir, acepto que podía ser feliz siempre y cuando no fuera consciente de que la piedra nunca quedaría en la cima de la montaña.
Creo que la sensación de que nunca conseguiré poner la piedra en la cima sin dejar de ser yo mismo (sin morir por lo tanto, en el intento) me ha provocado una sensación de desafección hacia mis compromisos adquiridos que hace tiempo que no sentía.
De modo que, he vuelto a sentir ese terror que sólo comprenden quienes han visto las puertas del infierno. Pienso que nunca he estado dentro y espero no cruzar nunca ese umbral, pero el mero hecho de vislumbrar esa cancela que chirría movida por un gélido viento es suficiente para asustar a los más aventurados (la valentía es un signo de inmadurez).
Estas cosas nunca suceden por un hecho concreto sino por un cúmulo, un cirro o un estrato de circunstancias. A veces, como en este caso, hay causas que no son malas en sí pero la magnificencia abismal, que no devuelve la mirada, de ciertas noticias, desencaja al cartesiano más convencido. Obviamente, con esto me refiero al cercano advenimiento de una explosión demográfica a mi hogar que me tiene ilusionado y abrumado a partes iguales, ya que nunca debemos obviar que la tristeza y la alegría viajan en el mismo tren.
(*) «Nuestra existencia en la Tierra, que en sí misma tiene un sentido muy dudoso, solo puede ser un medio hacia la meta de otra existencia. La idea de que todo en el mundo tiene un sentido es, después de todo, precisamente análoga al principio de que todo tiene una causa, sobre el cuál descansa toda la ciencia». Kurt Gödel