La procastinación del chupete


Yolanda dijo un día que ya no íbamos a comprar más chupetes. Que ya estaba bien, que ya era hora de quitárselo a Nico, que no podíamos seguir así.

El caso es que ha pasado mucho tiempo desde entonces. No le hemos quitado el chupete, ni hemos comprado más. De modo que, en algún momento, buscar el único chupete que queda se ha convertido en una actividad que emplea una parte significativa de nuestro tiempo.

A donde quiero ir a parar con esto es a que hay que aprender a asumir las derrotas. Yo ya he asumido que Nico se va a graduar con chupete. No me duele. Pero Yolanda no lo asume. Y como no lo asume, no me deja comprar más chupetes.

Lo que hace que nuestra vida sea peor, no porque el niño use chupete —que también—, sino porque solo tenemos uno, y está siempre perdido.

Y es que pienso que asumir las derrotas es indispensable para ser feliz. Dejaste marchar aquel tren. Vale. No conviertas tu vida en una empresa en busca de esa oportunidad perdida.

Envejecemos. Ya no es broma, como cuando dejamos de dormir doce horas las resacas. Envejecemos, y moriremos. Y si te pasas la vida comiendo cúrcuma y haciendo movidas para tratar de evitarlo, lo que te pasa es que eres un imbécil.

La vida no es perfecta. Si lo fuera, cuestionar si somos felices sería cuestionar si nuestras vidas son perfectas. Sin embargo, cuestionar nuestra felicidad es preguntarnos si disfrutamos de esas trazas de belleza que podemos encontrar en este valle de lágrimas al que hemos venido a penar.

Y está bien. Porque el hecho de que la vida sea mediocre nos permite disfrutar de placeres igualmente mediocres: las pizzas de Casa Tarradellas, Castle... Asumamos la imperfección. Dejemos de empeñarnos en ser la mejor versión de nosotros mismos. Y compremos, de una vez, una caja de chupetes.

La procastinación del chupete
La procastinación del chupete