Padre mal dormido
Hace unos días me describieron como «otro padre mal dormido» y creo que no puede haber una mejor definición de mi estado actual. Todo me da rabia. Me dan rabia los festivales preparados para gente a la que no le gusta la música; me dan rabia los memes del camarero ese de «con permiso, buenas tardes». ¿La gente se ha vuelto imbécil o qué hostias pasa?
Odio escuchar todo el rato a padres en el parque que van a apuntar a los compañeros de Nico a clases de inglés. Tiene dos años. ¿Estamos todos locos o qué? Primero tendrá que aprender a pasar la pelota. Cuando haya un pinganillo de IA que traduzca todo en tiempo real, el inglés no va a valer más que el griego antiguo, y no va a tardar mucho en llegar.
¡Y esa es otra! Cada vez que trato de leer sobre novedades en IA o sobre los movimientos de las empresas tecnológicas al respecto, empieza a aparecerme publicidad sobre inversiones y cómo hacerme rico con criptomonedas. ¿Qué pasa? ¿Que si no eres un incel chalao no puedes interesarte por la tecnología?
Todo me hastía. Me canso de mis pies y mis uñas y mi pelo y mi sombra. Me canso de escuchar a mis amigos médicos quejarse de que solo cobrarían seis mil pavos al mes si no hicieran guardias. Pero, sobre todo, me cansa seguir escuchando, de vez en cuando, a alguien explicar la diferencia entre la paella y el arroz con cosas. ¿No lo hemos superado ya?
Hace unos días leí que no tiene sentido intentar llevar una vida feliz. Hay que tratar de llevar una vida plena. Y me gusta, porque además suscribe mi sistema de creencias, plenito de bebés y doctorado, en oposición a yates y putas. Pero también me da rabia, porque todo me da rabia y porque estoy tan cansado que, a veces, me permito pensar tres minutos en la posibilidad de dejarlo todo para convertirme en un incel que invierte en cripto y hace calistenia. Son mis tres minutos. Son sagrados. Son lo que me mantiene cuerdo.