Ocean's sixteen
La impunidad es lo que duele. Una cosa es sospechar que no existen los Reyes Magos y otra muy distinta es comprobarlo. Eso fue lo que sucedió ayer. Todos lo sospechábamos, pero esta vez lo hicieron a la vista de todos, sin esconderse y sin careta.
Por otra parte, no olvidemos que este siempre ha sido su estilo. El Barça juega al tiki-taka, el Atlético planta el autobús y el Madrid roba. No hay que escandalizarse: el perro ladra, la rana croa, el gato maúlla y el Madrid roba. Es su esencia natural, su idiosincrasia.
Pero lo de ayer careció de sentido. Apareció el VAR en la tanda de penaltis para aplicar una norma que nadie conocía hasta ese preciso instante.
¿De verdad hay alguien tan ingenuo como para creer que, de haberlo hecho Bellingham, se habría anulado el gol? Todos sabemos que jamás habrían sancionado algo así en contra del Madrid.
Lo que más duele es la impunidad. Porque cuando una norma se aplica discrecionalmente, se convierte en un arma. Yo habría salido a la calle a romper escaparates y quemar contenedores. Ni siquiera está claro que le dé dos veces. Es de locos.
El dueño de la Coca-Cola de turno habrá visto algún gráfico en el que la publicidad perdía valor si pasaba el Atleti. Eso es todo. El Madrid no puede caer en octavos. Fín.
Mientras tanto, los madridistas fingen ocultar su ignorancia: «¿No sabías lo de los dos toques en los penaltis?». Intentan crear un burdo relato alrededor de una victoria inmerecida, con la fe de que, si lo repiten mucho, acabarán creyéndolo.
Lo contrario supondría admitir lo que los atléticos ya sabemos: «Hay derrotas más dignas que muchas victorias». Eso, y que dar algún valor a sus dieciséis champions es de mongolos.