No dar las largas


Hace unos días, hablaba con una compañera del instituto sobre las familias de nuestros alumnos y sobre las dinámicas familiares en las que la violencia doméstica se hace presente. Me comentaba que cuando comienzan a pegarse los hijos con los padres, se llega a un punto en el que no hay vuelta atrás. Así que me quedé reflexionando sobre esas líneas rojas que una vez traspasadas no se pueden desandar.

Iba conduciendo mientras lo pensaba cuando un coche «me dio las largas» y pensé: ¿en qué momento comienza una persona a actuar así? seguramente sea una de esas líneas rojas. De hecho, yo me he sentido alguna vez tentado de hacerlo, eran casos flagrantes en los que el coche de delante iba muy lento. Pero creo que, ocurre al igual que en el comer y en el rascar, todo es empezar: un día lo haces con un coche que va lento y al día siguiente vas por el mundo con la ilusión de que los demás deben apartarse para dejarte paso.

Al divagar sobre lo poco que me gusta la prepotencia, me vino a la cabeza Felipe González y el paralelismo que creo que existe entre su figura y la del Papa. Ya que, al igual que el Papa es el pontífice preferido por quienes no son católicos, el expresidente es el socialista preferido por quienes no son socialistas.

Últimamente no paran de salirme vídeos que, con música triste de fondo, hablan de cuánto echaremos de menos (los padres) estos días de no dormir y de no tener tiempo de hacer nada. Cuando los niños crezcan, lo añoraremos. Soy consciente de que pasará y cuando algunas veces estoy harto de torres, de parque y de vaca lola, se me viene a la cabeza que esta situación, cotidiana para mí, de haber formado una familia y estar cuidándola, es el sueño de otras personas.

Sin embargo, estos vídeos no transmiten que hay que ser consciente de que esta etapa, al igual que cualquier otra, no volverá y hay que disfrutarla porque, además, es lo que toca. El discurso que transmiten es la «presión por disfrutar el momento», algo que me parece que es la piedra sobre la que edificar la infelicidad.

Me recuerda a esa sensación que me angustió durante la etapa universitaria de «disfruta estos años porque van a ser los mejores de tu vida». Por otro lado, convivir durante aquellos años con la desazón de expectativas imposibles de cumplir, tal vez, me llevó a tomar decisiones que forjaron la persona que soy y, de no haber sido así ¿quién sabe? tal vez me habría convertido en una de esas personas que va por el mundo «dando las largas».