La quiero así
Ayer tuve que ir con los mellizos a comprar comida para Happy. Además, como resulta que nuestra perrita es un poquitín delicadita, tuve que ir a la única tienda que vende su pienso, que está a tomar por saco.
Traté de aprovechar el viaje y compré un par de bolsas de esas grandes. Cuando iba a pagar, miré a los bebés, y les dije: «Con esto ya tenéis para un mes».
Parece mentira que haya que matizar que era broma, pero los de Asuntos Sociales coinciden en que es mejor no dejar lugar a malentendidos.
El caso es que mi vida se ha convertido en eso: comprar comida pija para Happy y desvivirme por los caprichitos de todos... excepto los míos.
Así que el otro día me revolví y fui a una de esas barberías cuyos precios parecen incluir una felación al terminar el tratamiento.
Lo hice porque últimamente estoy a tope con dejarme la barba larga. Pero no consigo encontrar ese punto intermedio que separa la barba de hipster de la de homeless.
Un amigo me recomendó que fuera a una de estas barberías modernas. Uno de esos lugares con chaiselongs, olor a cuero y tipos vestidos de Peaky Blinders. El plan era que me fijara bien en lo que me hacían, para después hacérmelo yo sólo en casa.
No es mal plan, aunque no es aplicable a todos los servicios contratables. A menos que te puedas quitar una costilla.
En fin, fui con una libretilla dispuesto a apuntarlo todo, pero resulta que parte del tratamiento consiste en cubrirte la cara con toallitas húmedas.
Así que no vi nada. Mi gozo en un pozo. Eso sí, fue relajante. No descarto volver.
Sobre todo porque últimamente estoy muy metido en el documental de Bin Laden que hay en Netflix. Y, desde un punto de vista puramente estético, tengo que decir que me parece que tenía una barba que molaba.
Hay que saber separar al autor de su obra. Así que no sé cómo se tomará el Peaky Blinder de la barbería que la semana que viene aparezca allí con una foto de Bin Laden y le diga: «La quiero así».