Jugando con monstruos
Hacía un día nublado cuando nos metimos en una parte del parque en la que había arbolitos chicos. Niquillo comenzó a mirar un árbol y a fantasear «un monstruo, ¿lo has visto?» y empezamos a jugar a decir «está allí», «está allí». Desde hace algún tiempo, la imaginación y el jugar a fingir que hacemos cosas se ha convertido en un ingrediente esencial de nuestro tiempo de ocio: fingimos que preparamos una tortilla y nos la comemos o que tenemos mucho sueño y nos dormimos abrazando una hoja que hace las veces de osito de peluche. No obstante, esta vez fue diferente porque ese monstruo que él había inventado comenzó a darle miedo de verdad, dejó de reírse y me pidió que lo cogiera para cruzar la parte del camino en la que se encontraba ese siniestro arbusto.
Me parece fascinante ver cómo desarrolla la capacidad de crear su propio mundo interior y cómo ese mundo interior llega a asustarle. De hecho, creo que el miedo sólo está en nuestro mundo interior. Es decir, estoy contemplando cómo surgen sus miedos. Nunca le había asustado la oscuridad hasta que, de repente, en unos días, le surgió ese miedo. Puesto que no ha surgido de caerse a oscuras ni de ningún suceso tangible, la única causa posible es que alguno de sus pensamientos le haya llevado a sentir ese miedo.
Entonces, ¿es bueno tener mundo interior aunque en ocasiones nos cause sufrimiento? a mí siempre me ha gustado más vivir en mi mundo que en el real. Y hasta hace poco, nunca creí que fuese algo malo. De hecho, consideraba que era propio del tipo de persona intelectual que siempre me he alentado a ser. En algún momento me percaté de que no hay nada especial, mágico o trascendente esperando en este mundo y creo que ese fue el momento en que decidí inconscientemente mudarme al otro en busca de paliar el desánimo que causa caer en la cuenta de que ninguna lechuza traerá jamás el correo.
Pero claro, tengo una sospecha bastante fundada de que mi exceso de tiempo en ese otro mundo es causa de una parte importante de mis problemas. Es posible que también me dé algunas cosas positivas que, con el espíritu crítico de este discurso, sea incapaz de valorar. Sin embargo, cada vez siento más envidia por esas ancianas que hacen sus quehaceres en las primeras horas de la mañana para dedicar el resto del día a hacer croché mientras ven «la novela». Tal vez en algún momento sentí que mi manera de ver la vida era superior a esta, ya no.
Sin embargo, no me imagino la vida sin vivir en mi mundo. A lo largo de los años, me he sentido obligado a abandonar cosas sin las cuales sentía que la vida tendría poco sentido. Es posible que esta sea una de ellas y que llegue un momento en que «no cambiar» deje de ser una opción plausible. No obstante, espero que falte mucho para ese momento y que hasta entonces pasar miedo me siga compensando por poder continuar jugando con el monstruo.