Flores en un vasito
El imperialismo yankee triunfó. Llegó el fin de la historia. Nuestras tradiciones y nuestras raíces sucumben. Ese pensamiento cruza mi mente mientras abrocho el disfraz de esqueleto de Nico. Toca asumir la derrota y poner buena cara ante la vorágine de fantasmas y calabazas. Los niños no tienen por qué luchar las batallas de sus padres. He conseguido escapar un rato al cementerio, con la certeza de que pertenezco a la última generación que lo hará.
Dura semana para todos aquellos que pensamos que una sociedad es más libre cuando impone un salario mínimo digno. No debería ser así, pero es difícil que los relatos se sostengan cuando caen los referentes. Y ahora sale mucha gente diciendo que se lo esperaba. ¿En serio? ¿Con esa cara?
En cualquier caso, este señor dejó de ser de mi agrado cuando no aceptó la derrota en las primarias de Podemos y decidió montar su propio partido como acto de rebeldía. Esa actitud de enfadarse y llevarse el balón es detestable, sobre todo después de haber promulgado por activa y por pasiva la importancia de la unidad.
Pero claro, hablar de mal perder nos lleva inexorablemente a esa ceremonia del Balón de Oro en la que el Madrid hizo gala de sus valores. Y pienso en la cara que se le debió quedar a Arda Güler, nominado al Golden Boy, cuando le instaron a no asistir a la gala. Es probable que jamás vuelva a ser nominado a un premio de esta índole. Aun así, tuvo que verlo desde casa. Entiendo esa desazón. A mí nadie me traerá flores en un vasito.