Empezar a ser como somos


«Disfruta de la etapa de bebés, es la más bonita». No soy muy fan de los juicios taxativos, pero la gente que dice esto es, francamente, imbécil. Los bebés han cubierto esta etapa de nuestras vidas con una insufrible capa de tedio. Para soportarlo, me aferro a la idea de que, tarde o temprano, se convertirán en niños como Nico.

Nico es la persona que más me hace reír y a la que más me gusta hacer reír. Es mi persona favorita. Por eso, trato de buscar fotos que me ayuden a descubrir en qué momento se convirtió en la personita que es, cuándo empezó a tener su esencia. Sé que con diez meses no era él, y que con un año y nueve meses sí lo era. Busco ese momento exacto con la esperanza de fijar una cuenta atrás, algo que me diga cuánto debo esperar hasta la llegada de una nueva normalidad que desconozco tanto como ansío.

Esto me lleva a pensar en qué momento nos convertimos en las personas que somos. Encuentro recuerdos de cuando tenía ocho, nueve o diez años en los que no me reconozco. Sin embargo, a partir de tercero o cuarto de ESO, tengo claro que sí me reconozco. Tal vez, a esa edad, alcancé el grado necesario de autoestima para dejar aflorar ese carácter y esa personalidad que, pese a que han evolucionado, siguen siendo míos.

De hecho, siento que me reconozco más en esa etapa que en algunos años de carrera, en los que pienso que caí en el error de comportarme de acuerdo a cómo creía que la gente esperaba que actuara. Habría disfrutado más de esos años sin la presión añadida de ese peor consejo que jamás me han dado: «Disfruta de estos años, porque van a ser los mejores de tu vida».

Con la serenidad que aporta la experiencia, creo tener la paciencia necesaria para esperar a que el término body vuelva a significar únicamente «cuerpo». También me siento capaz de ignorar a esos imbéciles que me insisten en que disfrute de la supuesta mejor etapa: la de bebés llorones.

Empezar a ser como somos
Empezar a ser como somos