El asombro y la inocencia
Como si estuviésemos observando un platillo volante alunizar frente a nosotros. Así me miró, con la necesidad de complicidad propia de quienes dudan sobre la veracidad de lo que están viviendo. Eso fue lo que reflejaron sus ojos cuando se fijó en un coche que llevaba una bicicleta encima. Comenzó a gritar: «¡Mira, papá! ¡Un coche con una bici encima! ¡Con una bici encima!». Nos acercamos corriendo para observar más de cerca ese gran acontecimiento. Los pasajeros del vehículo se fijaron y esperaron, aún con la luz verde, para que terminásemos de vencer nuestra perplejidad.
Me fascina la fascinación de los niños por experiencias cotidianas cuya existencia desconocen. Por eso nos enternece ver a Phoebe tratar de convencer a Rachel de correr «como cuando era una niña y jugaba a que el diablo la perseguía». De hecho, por eso nos causa tanta ternura el eterno Peter Pan, y es la única categoría de locura ampliamente aceptada. Para él, ver una bicicleta sobre un coche es el equivalente a que nosotros nos encontrásemos a una persona con tres ojos de camino al trabajo (¡un poco de madurez, señores!).
Sin embargo, a nosotros nada nos asombra. Somos unos yonquis de la información que, al igual que un adicto al porno pierde la capacidad de excitarse, hemos perdido la capacidad de sorprendernos. Ya puede abdicar el rey mañana, o mandar el perrito una carta diciendo que no aguanta más las infamias impunes de la derecha. Aun así, al día siguiente estaremos sedientos de novedades, esperando que Trump dé otro golpe de estado o que suceda algo que nos saque de pasar un tedioso día sin giros de guion informativos.
Lo que más me ha llamado la atención sobre el tema del perrito y su carta ha sido la reacción del bueno de Pablo Iglesias. Me parece tan fuera de lugar y me siento, a la vez, tan identificado con él. Esa sensación de contar un chiste, que nadie se ría, que después aparezca otro contando el mismo chiste y que a todos les parezca el mejor chiste jamás contado. ¡Qué impotencia!
Después de pasarse seis años sufriendo y denunciando esto, aparece ahora el otro diciendo lo mismo de una manera más impactante y resulta ser un referente que ha puesto sobre la mesa un problema internacional que está pervirtiendo la democracia. Esto es indudablemente cierto, y soy el primero que, en una situación así, diría «pero bueno, si he contado el mismo chiste hace un minuto y no os ha hecho gracia». No obstante, el tipo que señala esta verdad evidente no cae bien a nadie. Hay que saber cuándo hacer de tripas corazón y reírte de tu propio chiste contado por otro, aunque, espero te sirva de consuelo, me parece mucho menos gracioso.
