Croissanterías almerienses
Acababa de dejar a Leo en la guarde. Llevaba a Julia al médico y tenía una hora en la que debía hacer tiempo. Había sitio en la avenida de Cabo de Gata, así que decidí aparcar y rememorar mi infancia con un croissant de chocolate en «La Dulce Alianza».
Me atendió una persona con acento extranjero, y me sorprendió. No pegaba en este comercio, que encarnaba un aire de rancio abolengo y conservadurismo. Para mí, «La Dulce Alianza» siempre había sido el PP de las croissanterías.
Al igual que PP y PSOE tras la Transición, «La Dulce Alianza» y «Capri» fueron hegemónicos en el mercado almeriense durante décadas. Es cierto que había alternativas. «El 11 de Septiembre» vendría a ser como IU: menos popular; mucha gente se fija más en el nombre que en el mensaje que transmiten. No permiten pagar con tarjeta y no hay más que viejos.
Un crítico gastronómico buenrollista, en un intento por ofrecer un servicio similar pero adaptado a los tiempos modernos, abrió el polémico «Croissant D’Or» muy cerca de «Capri». Este nuevo establecimiento estuvo a solo unos miles de croissants de hacer perder a «Capri» su puesto en el virreinato.
Finalmente, el gerente buenrollista se marchó, y «Croissant D’Or» ya no es lo mismo. Sigue abierto, pero no es lo mismo. Abrieron la cafetería «Las Águilas» y tratan de llevar un estilo similar, aunque aquí no creen en eso de que el cielo se conquista por asalto. Además, están en la Vega de Acá, y da pereza ir.
Lo que no esperábamos es que el viento de cambio hiciera resurgir el espíritu de lugares como «Confitería Santa Rita, desde 1931». Es triste admitirlo, pero nunca habían dejado de estar presentes en la sociedad almeriense. Muchos creíamos que esa forma de hacer croissants estaba superada, pero, al igual que ocurre en el resto de Europa, parece volver a estar tristemente en auge.
El caso es que hay gente que propugna que los croissants son solo grasas saturadas. Que no hay que comer croissants. Pero si no comes croissants, luego no te quejes. Porque, si no elegimos dónde compramos los croissants, nos traen los croissants ya hechos. Lo que quiero decir es que nos costó mucho conseguir el derecho a elegir los croissants. Así que nuestro deber es seguir comiéndolos.