Celos y por qués


Acabamos de aterrizar en la temida etapa de los por qués: «No puedes beber agua de la piscina». «¿Por qué?». «Porque te pones malo». «¿Por qué?». «Porque está sucia». «¿Por qué?». «Porque caen moscas y hacen caca las gaviotas». «¿Por qué?». Así que empiezo a comprender eso de que las sociedades que no están suficientemente evolucionadas no pueden ser dotadas de una moral basada en la razón. Escucho a padres escudarse en «hay que ser bueno», mientras yo intento abogar por un camino más kantiano: «porque es nuestro deber».

Mientras tanto me sigue fascinando el hecho de que esa querencia por el mal, que todos sentimos, se haga patente de forma tan notoria desde la más tierna infancia. Hace unos días, Nico observaba con admiración cómo unos niños jugaban al pilla-pilla alrededor de la piscina pequeña, corriendo y empujándose por el bordillo con cara de borricos. Nunca querrá imitar a la niña que se queda coloreando tranquilamente mientras sus padres toman una cerveza; en cambio, fantasear con diabluras es la principal ocupación de su mente.

Sin embargo, nuestro mayor sufrimiento a día de hoy lo provocan sus celos. Ojalá fuese un buen padre impertérrito, de los que son fríos, tajantes y con voz grave, de esos que supuran «machoalfismo» por los cuatro costados. Pero no, me afecta, y mucho. Y es injusto para «los nuevos» porque cada vez que noto cómo le duele a Nico que los cojamos y tengamos que encargarnos de ellos, siento rabia hacia esos pobres bebés que, aún sin haber hecho nada, están haciendo sufrir a mi pequeño.

No me gusta sentirme así. De modo que intento paliar esta impotencia hablando mucho con él sobre el tema, incluso le digo modernuras como «vamos a hablar de nuestros sentimientos». De hecho, el otro día conseguí que me contara que no le gustaban los hermanitos, que estaba triste, que no quería que papá y mamá los cogieran ni jugaran con ellos. Yo le expliqué que teníamos que hacerlo porque son bebés. Él me preguntó «¿por qué?». Le respondí que eran sus hermanitos.

Pero esta vez, su interminable ristra de por qués terminó por desarmarme. Me tocó aguantarme las lágrimas, porque las nuevas masculinidades tienen un límite. Y ese límite está en que un niño sólo puede ver llorar a su padre mientras ve el fútbol. Así que zanjé la conversación aludiendo a un poder superior, con ese argumento teológico del que todos los padres podemos hacer uso: «porque mamá lo dice».

Celos y por qués
Celos y por qués