Cal y arena
Hace unos días debíamos repartirnos. Uno llevaría el coche a la ITV a las 15:00 mientras el otro se quedaba en casa con Niquillo, presuntamente dormido, y con los mellizos en su perpetuo estado de dormitar. Una de cal y una de arena. Y por la forma en que chirrían las puertas de la casa desde que comenzó el verano, creo que me tocó la cal.
Así que me aventuré a mi primera visita a la ITV, algo de lo que me había conseguido escaquear una meritoria cantidad de tiempo. Y empecé mal. Salí con la hora justa y, ya llegando, me di cuenta de que no llevaba los papeles del coche. Algo que sería menos grave si Yolanda no me hubiera recordado que los cogiera quince veces en los instantes previos a mi partida.
Por suerte, ese problema se solucionó y me adentré en el primer tunelcillo. Cuando llegué, un señor me pidió que subiera y bajara las ventanillas; hasta ahí todo en orden. Luego me pidió que abriera el capó. Yo, que nunca lo había hecho, salí del coche con seguridad, pensando que sería como en las pelis: un porrazo en el sitio justo y listo. Me indicó que volviera al coche y que le diera a la «palanca del capó». Así que hice como que lo buscaba, sabiendo que no la encontraría aunque me fuese la vida en ello, hasta que se acercó para indicarme dónde estaba.
Me dijo que pusiera los intermitentes izquierdos, los derechos, luego me dijo que pusiera los cuatro a la vez y ahí ya me bloqueé del todo y empecé a echar agua con el parabrisas. «¿Qué haces si te quedas tirado en mitad de la carretera?», me preguntó. Me quedé igual y me aclaró: «¿luces de emergencia?». Con eso entendí qué me preguntaba, pero ya no era capaz de encontrar ese botón que pulso para aparcar en doble fila mientras bajo a comprar el pan.
Ya estaba perdido. Iba marcha atrás cuando debía ir hacia adelante; en una de esas, casi lo atropello. Pasé miedo acercándome a unos agujeros gigantes por los que creía que me iba a caer, y descubrí que el freno de mano sube mucho más de lo que pensaba; tuve que tirar de la palanca con las dos manos para conseguirlo #espinacas. Al final, me pidió que moviera el volante con el coche parado, y tardé en darme cuenta de que estaba mirando al vacío mientras movía las manos como un niño en una atracción de feria.
Finalmente me dieron los papeles y no me hicieron ningún comentario sobre mi «performance». Así que volví a casa con el orgullo herido y la masculinidad lacerante para darme cuenta de que estaban todos durmiendo una plácida siesta. La cal era la mala.