BusBam
El miércoles volví al viejo BusBam, el auténtico transporte tanto de los pobres como de los muy pobres. Llevaba casi una década sin montar en esta bestia azul que cabalga por las noches oscuras de Despeñaperros. El tiempo ha pasado: ya no viajo asiduamente a Madrid «con un proyecto en la piel y escrito en un cartel mi nueva dirección».
He medrado en la vida: llevo diez años cotizados, tengo una hipoteca que me enterrará, he formado una familia y tengo una vasectomía recién hecha. Momentos como este suelen servir para realizar balance de lo vivido. Y, la verdad, no tengo ni idea de lo que estoy haciendo. ¿He sido feliz? ¿Estoy siendo feliz? Lo único que tengo claro es que la vida se está pasando. Eso, y que, para vivir en paz, hay que huir de algunas preguntas.
Creo que mi forma de ver la vida es la de un personaje que participa en uno de esos concursos en los que te dan dos minutos para que te lleves todo lo que puedas de una tienda. Tal vez estoy viviendo así, un poco al tuntún, cogiendo todo lo que puedo de la vida. Alguien considerará que hay que reflexionar más sobre qué coger, pero estas canas que ahora calzo me han llevado a asumir mi personalidad histriónica. Así que hago bandera de coger todo lo que pueda y me abrazo a la idea de que habrá cosas buenas. ¿Quizá sea un error? Pero me conformo con pensar que disfruto lo que puedo y río lo que me dejan.
El caso es que el motivo de este palizón nocturno que me estoy pegando es tratar de ratear algo en la compra de un coche de segunda mano en el que quepan las sillas de mis retoños. De modo que es posible que no haya medrado tanto como yo creo. Tal vez medré en algún momento, para que más tarde la vida me desmedrara por una colina plagada de piedras que golpearon las ilusiones de aquel muchacho que un día fui.
No lo sé. No estoy seguro. Solo sé que aún me duelen los huevos.