Ayer tuve un sueño


Ayer soñé que yolanda me hacía una paja. No soñé con una noche de sexo apasionado con la actriz del momento. Mi falta de sexo ha despojado a mis sueños eróticos de cualquier clase de ambición. Fue un sueño austero, un sueño sencillo, como la carta de Reyes de un niño que pide un compás por navidad. Un sueño austero motivado por la falta de sexo que me asola desde que conocimos el estado de buena esperanza doble de la persona con la que comparto lecho.

Mirando en retrospectiva este periodo de sequía, creo que ha modificado algo de mi fuero interno. Algo que, de hecho, sería bastante lógico por cómo funcionan los engranajes biológicos que nos gobiernan. Siempre me ha hecho sentir incómodo esa recurrente situación con mi grupo de amigos en la que se crea una dinámica donde ver a una tía buena y decir a los demás que la miren, se valora con un minipunto hipotético de virilidad. No participar gustosamente de esta dinámica me ha provocado ser cuestionado por los demás e incluso por mi mismo. Este periodo de sequía me ha hecho darme cuenta de que sentirme saciado fomentaba que me sintiera cohibido en esas situaciones de forma natural.

Con estos mimbres, andaba yo escuchando a Sabina y reflexionando sobre su visión del amor y el deseo. Sabina ha alcanzado el nivel de genio con una obra que considera la idea del amor y el desamor como el motor de la historia. Creo que cuando alguien dedica su vida a un único tema, su visión sobre este tema se pervierte.

Pensaba en «lo peor del amor cuando termina» que siempre ha sido un manojo de versos que me ha fascinado y pensaba que, tal vez, debiera existir un «lo mejor del amor cuando termina». Algo que hablase de las cosas buenas que quedan cuando pasa la sensación de mariposas en el estómago, pero es difícil encontrar algo a la altura del «punto final de los finales». Aún así, traté de concebir argumentos que dieran razón de ser a esta postura: como la complicidad, las ganas de llegar a casa para contarle algo que te ha pasado...

El caso es que, estamos en Semana Santa y a Happy le da miedo salir a la calle por la noche: mucho ruido, mucha gente, etc. Para evitarlo, a veces hace pipí en la puerta de casa y, como es normal, yo le regaño. En esos casos, ella se va corriendo a esconderse debajo de un mueble del cuarto de baño. Fui a ver cómo estaba y niquillo me vio, me acompañó y me preguntó qué le pasaba. Yo le conté que estaba triste porque papá le había regañado. Él llamó a su madre diciendo «¡todos al cuarto de baño!» y, ante nuestras miradas emocionadas, empezó a acariciar a Happy mientras decía «no estés triste».